dimanche 14 avril 2013

La Expedición Real (III)


Matanza de frailes en Madrid en el verano de 1834.
Este hecho debe enmarcarse no sólo en medio de una crítica coyuntura de Guerra Civil,
 sino del amplio programa depurador del gobierno liberal sobre los leales al Rey legítimo.

…En esta nueva ocasión de peligro, el ayuntamiento liberal madrileño, tras celebrar una sesión por la mañana, convocó otra extraordinaria por la noche, constituyéndose en sesión permanente desde las doce de la noche de ese día hasta las ocho de la tarde del día trece. Cuatro horas después del comienzo de la reunión, se acordó realizar una llamada a los habitantes de la Villa para que trabajaran en las fortificaciones, mientras que se solicitaba que acudieran al antiguo convento de San Felipe el Real aquellos civiles que desearan participar como voluntarios en la defensa armada. De acuerdo con las órdenes del gobierno, el ayuntamiento pasó oficio a los jefes de las oficinas administrativas para que se presentaran en otro convento aquellos empleados que no fueran absolutamente necesarios, pues también se les reclamó para tomar las armas.

El capitán general de Madrid, Antonio Quiroga, en previsión de cualquier posible acción violenta de los carlistas leales en Madrid, ordenó que se retirasen a sus domicilios todos los habitantes que no estuvieran comprometidos en la defensa de la Villa.

El aspecto normalmente bullicioso de la capital se transformó en poco tiempo: la mayor parte de tiendas y talleres cerraron, el comercio se paralizó y la población apenas circuló por las calles. Las tapias fueron coronadas por los milicianos nacionales, el cuerpo armado del liberalismo más radical. Las autoridades se dirigieron a los madrileños, intentando difundir ánimo y confianza en el sistema liberal y en la fuerza del gobierno.


El día 12 de septiembre se presentó ante Madrid el ejército carlista con el Monarca al frente en el mismo portazgo de Vallecas, y allí esperaron.

Como relató un testigo de los hechos, el coronel Fernando Fernández de Córdoba:

El enemigo se presentaba a nuestra vista en la forma siguiente: ocho columnas, cuyas cabezas se veían con claridad, ocultaban su fondo en las alturas que atraviesa el camino de Vallecas.



Esta infantería formaba en línea de masas con intervalos de medios batallones y ocupaba el terreno más elevado. Otra columna de caballería apoyábase en el camino real, en el que sólo tenía dos o tres escuadrones; el resto ocultábase también entre los repliegues del terreno.

Pero delante de la posición, al pie de su descenso y apoyados en un espeso olivar, habían desplegado en guerrilla uno o dos batallones con sus correspondientes reservas, que se tiroteaban contra un escuadrón de granaderos de la Guardia, inmediato al arroyo de Abroñigal; combate inferior para nuestras armas, en el que numerosas guerrillas de infantería se batían contra débiles y reducidas fuerzas montadas y armadas de tercerolas de poquísimo alcance.

Las balas llegaban hasta las tropas que tenía a mis órdenes y que había detenido al lado de las tapias del Retiro, por mi propia autoridad, sin ejercer en realidad ninguna. Pero no habiendo allí otro jefe más graduado para cederle el mando, y considerando el inminente riesgo que corría la capital en aquel instante, me decidió a tomarlo yo bajo mi única responsabilidad. Entonces envié un oficial al cuartel de artillería del Retiro para mandar que volviese la batería que momentos antes se había retirado…



• “Las Guerras Carlistas” por Antonio Manuel Moral Roncal (Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi en 1999), Silex Ediciones S.L., (2009).



• “El ejército carlista ante Madrid (1837): la Expedición Real y sus precedentes” por Antonio Manuel Moral Roncal, “Madrid, revista de arte, geografía e historia”, nº7 (2005).

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